Pastel vasco

Pastel_vascoPasear por las ferias de los pueblos es una delicia. En general, pasear por lo pueblos perdidos entre las montañas de Euskadi es un placer inmenso. Hay algunos que todavía conservan su encanto tradicional de calles de piedras y pequeños bares, con su abuelito sentado en el banco con la típica camisa de cuadros y la boina sobre la cabeza. Me refiero a pueblos como Plentzia, Oñati, Ondarroa, Elorrio o Bermeo, entre muchos.

Todo esto viene a partir de la celebración de la Feria del Último Lunes de Gernika la semana pasada. Baserritarras de toda la zona se acercan para vender sus productos el último lunes de octubre. En concreto, este año se ha contado con 277 puestos, en gran parte de carácter agrícola. Yo, desgraciadamente, no pude ir, y se me quedó la espinita de poder disfrutar de una mañana degustando quesos, txakoli, curioseando un poquito o participando en las actividades que se celebraban. Así que con el fin de semana un poco más libre, nos acercamos a la feria de Zamudio, algo más humilde, pero que también tiene su encanto.

Según bajamos del coche lo primero que nos llegó fue el inconfundible olor de las brasas de las txoznas, preparando el tradicional talo con chorizo. Una vez en los puestos de los caseríos, con todas las verduras, quesos, mieles y pasteles, ¡me apetecía llevármelo todo! Es una maravilla pasear y observar todos los productos, preguntando a los productores para empaparte de todo lo que seas capaz en una mañana. Conseguí resistir a la tentación, aunque  aproveché para llevarme algo de verdura fresca riquísima (no hay nada como comprar de la huerta de los baserris).

Así que este post es un homenaje a la cultura vasca, al pastel vasco de las amamas que tanto nos gusta. Dicen que su origen se remonta al siglo XVII, a la localidad de Cambo (Labourd). Tradicionalmente se hacía con harina de maíz, grasa animal (de cerdo generalmente) y miel, a lo que hoy llamaríamos un pastel vasco seco y entonces se llamaba “etxeko biskotxat”. En el siglo XVIII a los viajeros que pasaban por esa zona les gustaba consumir este producto, pero como no podían recordar el nombre lo llamaban simplemente «pastel de los vascos», «pastel vasco» o «gateau casque». Con el tiempo, se fueron introduciendo los rellenos en la masa hasta que a finales del siglo XIX aparece la crema y es en el XX cuando los artesanos pasteleros incorporan como relleno la «crema pastelera».

Vamos pues con la receta.

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Ingredientes:

Para la base:

370 gr de harina

310 gr de azúcar blanco

300 gr de mantequilla de buena calidad a punto de pomada

1 huevo, en mi caso, ecológico

2 yemas ecológicas

15 gr de levadura en polvo

un poco de vainilla

1 pizca de sal

Para la crema pastelera:

1/2 litro de leche

3 yemas ecológicas

2 cucharadas de maizena

75 gr de azúcar blanco

25 gr de mantequilla

Paso a paso:

Comenzamos preparando la base, juntando la mantequilla con el azúcar, la vainilla y un poquito de sal. Le añadimos los huevos y mezclamos bien hasta que quede integrado. Tamizamos la harina junto con la levadura y la vamos añadiendo poco a poco a la mezcla anterior. Debe quedar una masa más bien blanda, que se nos quede ligeramente pegada a las manos. No es necesario un gran amasado, en cuanto sea homogénea, formamos una bola, la envolvemos en un film de plástico y la metemos en la nevera durante dos horas.

Aprovechamos para hacer la crema pastelera. Se ponen en un cazo las yemas, el azúcar y la maizena. Se mezcla bien y se incorpora poco a poco la leche, mejor si está caliente, y una cáscara de limón. Se trabaja un poco y se acerca al fuego. La dejamos a fuego medio-suavo y no dejamos de revolver para que no se nos queden grumos. Cuando rompa a hervir, la terminamos de trabajar durante unos segundos y la sacamos del fuego. Se quiere una crema que no sea muy densa. Agregamos la mantequilla.

Cuando hayan pasado las dos horas de nevera, sacamos nuestra masa, y la dividimos en dos bolas iguales que colocamos entre papeles de horno para que resulte más fácil el amasado. Con un rodillo, hacemos planchas de 1 cm de grosor aproximadamente. Colocamos la primer en el molde (el mío era de 20 cm) que previamente hemos engrasado y enharinado para que no se nos pegue el pastel.  Para que resulte más fácil, es mejor dejar la masa durante unos minutos en la nevera para que esté bien fría y no se nos rompa ya que es bastante quebradiza. Ponemos la crema sobre la plancha. Yo la había dejado enfriar antes de ponerla, pero preguntando en la feria a pastelero cuyo pastel vasco había sido premiado, nos contó que él ponía la crema cuando aún estaba caliente, así que para la próxima vez, le haré caso y lo probaré así. Colocamos la segunda plancha encima. Aunque nos quede alguna parte un poco fea no pasa nada porque en el horno todo se hace más homogéneo.

El último paso es presionar los bordes con los pulgares contra la pared y recortar lo sobrante. ¡No lo tiréis! Sirve para hacer unas galletas estupendas, si no os lo vais comiendo por el camino. Sí, lo reconozco, soy una glotona impaciente y no siempre consigo esperar a que salgan del horno.

Untamos la superficie con yema de huevo.Es el momento de sacar nuestra vena más artística para hacer algún dibujito mono en el pastel y untamos la superficie con yema de huevo. Lo tradicional es un lauburu, pero yo que no soy muy mañosa para esas cosas solo le hice unas rayas con el tenedor.

Metemos al horno durante 35-40 minutos a 170º. Si veis que se está dorando antes de tiempo, le ponéis un albal por encima sin ningún problema.

Este pastel lo lleve a una cena de amigos y no duró nada, ¡estaba buenísimo!

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